Lo que antes eran pueblos lejanos y preciosos, ahora se han convertidos en pequeños parques temáticos para turistas. Pero... ¿existirían aún si estos turistas no los visitaran? Imagino que no por mucho tiempo.
Triste futuro, perder su virginidad, su originalidad, para continuar existiendo.
Por Angel Villarino
Las ciudades chinas se parece como gotas de agua: autopistas circulando entre rascacielos monstruosos, viviendas de ladrillo y letreros de neón. Quizá en ningún otro lugar del mundo es posible cubrir 2.000 kilómetros en avión y llegar al hotel con la sensación de seguir exactamente en el mismo sitio. Desde Pekín hasta Cantón todo es relativamente nuevo y casi idéntico: planes urbanísticos, materiales de construcción, infraestructuras…
No siempre fue así: China mantuvo durante siglos el mayor y más variado patrimonio cultural, arquitectónico y artístico del mundo. Una herencia que ha sido diezmada a lo largo de los últimos 60 años y a la que, sólo ahora, el Gobierno empieza a otorgarle algún valor. Después de décadas de destrucción, la sociedad y las autoridades comienzan a tomar conciencia de su herencia cultural y afloran asociaciones y movimientos que se preocupan por conservar los restos del pasado.
“Para un arqueólogo chino es una experiencia muy dolorosa estudiar el patrimonio y ser consciente de lo que se ha perdido para siempre”, explica Hu Xinyu, representante de la Beijing Cultural Heritage Protection Center Foundation (CHP), una asociación que lucha por conservar lo que queda. La destrucción, matiza, sigue en marcha, aunque los motivos para aplastar el pasado ya no son ideológicos, sino económicos y ladrilleros.
“Pum, pum, pum. Revolución Cultural. Destruido”. El señor Waitai escenifica un martillazo con sus manos desnudas para explicar lo que le pasó a los leones de piedra que adornaban la entrada de su casa en la ciudad medieval mejor conservada de China, Pingyao. Durante la Revolución Cultural iniciada en 1966 por el presidente Mao Tse Tung, las llamadas Guardias Rojas recibieron órdenes de destruir todos los símbolos del pasado, especialmente las obras de arte, para crear una sociedad nueva, partiendo de cero.
“Pum, pum, pum. Revolución Cultural. Destruido”, repite el señor Waitai, sonriendo, cuando atraviesa el umbral de su vecino Liu, quien también perdió en los años '70 los adornos y aldabones que embellecían su bonito portón rojo. Diferentes estudios de campo, como el realizado por el escritor italiano Tiziano Terzani en su libro La puerta prohibida, estiman que durante aquellos años de cacería cultural China perdió más de la mitad de su Patrimonio Histórico. Pekín, que a principios del siglo XX estaba considerada la capital mejor conservada del mundo, vio pulverizado en pocos meses lo que había sobrevivido a guerras, invasiones y saqueos.
Una segunda oleada de destrucción llegó cuando el país inició su apabullante carrera económica y de aperturas liberales, sacrificando otra vez el pasado para construir un país nuevo, tirando abajo templos, palacios, casas seculares y antiquísimos patios para trazar autopistas y levantar rascacielos. El propio ministro de Vivienda, Qiu Baoxing, denunció en un artículo publicado en el diario oficial China Daily que el gigante asiático se había convertido en el “país de las 1000 ciudades iguales”. Utilizando la palabra "devastación", el político comparó abiertamente los daños que ha sufrido el Patrimonio chino en los años de desarrollo económico con los que se perpetraron durante la Revolución Cultural.
"Es como hacer trozos una pintura de valor incalculable y sustituirla por una lámina barata", aseguró. Baoxing culpó de todo ello a los dirigentes locales, a quienes acusó de “total falta de cuidado con el valor de la herencia cultural”.
El arqueólogo Xinyu explica la destrucción que sufrió la capital china dentro del contexto de la Guerra Fría, de la ideología de la época y del miedo a un enfrentamiento militar con la Unión Soviética. “Se decidió que en caso de guerra la población sufriría daños catastróficos si no se renovaba. Hay que entender el espíritu de la época”, añadió. “Después, con las mejoras económicas se ha decidido tirarlo todo en lugar de renovarlo, ya que es más barato. Las casas del Pekín antiguo eran poco funcionales. Por ejemplo no hay baños comunes, por eso a mucha gente le da igual perderlas con tal de vivir mejor”, agregó.
En una entrevista respondida por correo electrónico, las autoridades municipales encargadas de la conservación cultural de Pekín aseguraron que se han hecho muchos esfuerzos por conservar el patrimonio nacional. “La identidad de Pekín es la de una ciudad histórica, pero también es una ciudad con millones de residentes, por eso es muy importante equilibrar las relaciones entre protección y desarrollo”, explicaron.
La toma de conciencia y la actividad de organizaciones como CHP están transformando poco a poco la actitud del Gobierno chino frente a la protección patrimonial. “Es cierto que hay una continua mejoría. Ahora mismo están haciendo un trabajo aceptable. Han designado un área de protección y parecen dispuestos a respetarla”, matizó Xinyu.
En el centro de Pekín, varios de los antiguos barrios de callejuelas tradicionales (hutongs) se están renovando y convirtiendo en atracciones turísticas y zonas residenciales de lujo. El hutong de Nanluoguxiang, completamente reformado y colmado de restaurantes y tiendas de artesanía, es hoy uno de los principales reclamos turísticos de la capital.
Pero la especulación inmobiliaria y el ritmo implacable de modernización que marca el Gobierno siguen dañando irreversiblemente algunos barrios históricos. “Es cierto que cada vez se destruye menos y se respetan más piezas patrimoniales, pero también es verdad que cada vez queda menos que proteger”, comenta el historiador italiano A. Falorio, autor de varios estudios sobre arte asiático.
Una de esas cosas que aún quedan por proteger en China es el barrio antiguo de Kasghar, el corazón de la cultura musulmana uigur de Xingjiang, en el extremo occidental del país. Se trata de un laberinto de adobe considerado el mejor ejemplo de ciudad centroasiática.
Lo será por poco tiempo: las excavadoras ya le han metido mano con el pretexto de mejorar la vida de los vecinos, que se resisten a perder sus antiguas casas, algunas con mil años de historia. Sobre los escombros de la mejor conservada de las ciudades de la Ruta de la Seda ya empiezan a erguirse bloques de cemento. Hay quien denuncia que los dientes de sus grúas forman parte del exterminio cultural contra esta minoría conflictiva, pero lo cierto es que Pekín no ha ordenado hacer nada que no haya hecho previamente en Pekín, Xian, Shanghai.... un nuevo sacrificio histórico en pos de su modernidad.
Es una pena, pero no seré yo la que critique la paja en el pais ajeno, teniendo la viga en el mío... En Sevilla por ejemplo también se están haciendo auténticas barbaridades. No hay más que dar un paseo por la Avenida de la palemera y ver las atrocidades de edificios supermega modernos que te encuentras al lado de edificios preciosos de la Exposición del 29, o el mercado tan sicodélico de de La Plaza de la encarnación en pleno centro. No sé cómo se le podría llamar ¿Contaminación arquitectónica? En cualquier caso somos igual de catetos por no conservar nuestro patrimonio.
ResponderEliminarGracias por compartirlo y muchos besos,
Lola
PD ¡¡¡Felicidades!!!